viernes

El telescopio

Porque todo tiene un comienzo y casi siempre uno se empeña en descubrirlo. Es ese obstinado empeño en definir las causas que anteceden a las consecuencias y como no siempre quedan claras o acaso no queremos verlas claras, entonces uno las inventa, las viste, les pone éste u otro nombre, se fijan las fechas y todo queda concluido: todo comenzó aquel día.

Todo comenzó el día en que Alma llegó a casa con el telescopio. Siempre he sido de costumbres nocturnas, me gusta deambular por la casa a oscuras, tantear para sortear los muebles hasta aprenderlo todo de memoria. A  Alma esto no le gusta, pero siempre eh sido así. A ella le gusta dormirse sintiendo mi cuerpo junto al suyo. Yo la complazco y me sujeto a su lado después de que hacemos el amor, me pongo a mirar al techo y espero a que se quede dormida para levantarme. Es que la noche me fascina, no sé por qué no lo entiende.

Aquel día se apareció en casa con un telescopio, dijo que un amigo se lo había regalado y podría entretenerme contando estrellas. La idea me gustó. A partir de aquel día, antes de dormir me sentaba en el balcón a mirar, ciertamente, las estrellas. Alma se acercaba, colocaba su ojo, algo decía y un rato después me invitaba a dormir. Vamos a dormir significaba vamos a hacer el amor, y ella comenzaba a quitarse la ropa hasta llegar desnuda a la cama desde donde gritaba que se arrepentía de haber traído el aparato, que yo no era astrónomo ni iba a descubrí un nuevo cometa y que si quería ver las estrellas, ella podía ayudarme. Alma es así.

Entonces mis madrugadas fueron un tanto diferentes, ya no solo vagar y asomarme a ver la calle. Con el telescopio podía observar las constelaciones, podía ver el barrio más allá de lo que alcanzaba mi vista. Mi balcón da a una avenida por la que rara vez transitan autos de madrugada. Más allá hay casas y edificios, un parque lleno de faroles rotos, callecitas que se pierden entre árboles. Yo podía verlo todo. Me convertí en el fisgón del barrio, en el ojo de la noche, y me resultaba curioso pensar que en ese momento alguien pudiera estar mirándome con otro telescopio. Nunca estamos solos. La oscuridad es un cómplice con demasiados rostros.

Una de esas noches estaba recorriendo los edificios con la vista, y entonces la vi recostada en el balcón. Una mujer joven, fumando despacio y mirando hacia la avenida como quien no mira nada, como quien espera acabar el cigarro para irse a dormir. Nunca la había visto, y por eso me llamó la atención. Tal vez tendría la misma manía que yo, o quizás sencillamente había tenido un mal día y no conseguía el sueño, yo qué sé, el ojo de la noche tiene sus límites de alcance. El caso fue que lanzó la colilla del cigarro y continúo recostada. Me dediqué a observarla. Posiblemente seríamos sólo ella y yo los testigos de la noche, es bueno saberse acompañado  en una empresa aunque ésta parezca totalmente absurda. La chica volvió a fumar. Detrás de su balcón había una puerta y una venta de cristal con las cortinas abiertas, la habitación a oscuras. No podía describir si adentro alguien dormía como Alma de mi lado y en realidad no importaba tanto. La chica estuvo recostada un buen rato, en ese tiempo fumó tres cigarros y, justo al lanzar el último, se incorporó, estiró el cuerpo y entró en la habitación. Bastante aburrido, pensé, así es que me olvidé de los vecinos y continué con las estrellas hasta que el amanecer me lo impidió.

La siguiente noche fue como de costumbre. Alma sudando debajo de mi cuerpo y yo acelerando el movimiento para dejarla exhausta. Luego la pausa. El suspiro final y Alma echándose a mi lado boca abajo, murmurando un diminuto “hasta mañana”. Tiempo de tregua para entonces levantarme, contemplarla en su respiración serena y salir al balcón. El barrio como siempre, tranquilo. Yo espiando detrás de mí ojo de cristal, como Corrieri en Memorias del subdesarrollo. Es curioso, uno se pone a mirar y la cabeza se llena de imágenes dispersas; si pudiera recoger en un video todo lo que pasa por mi mente en cada madrugada, escribiría una novela, o un tratado de sociología, o quizás, no sé, uno se pone a pensar en tantas cosas… Pensé en la insomne de la noche anterior, su balcón estaba a oscuras, seguramente dormía como todos, como Alma, que duerme apacible en mi cama. ¿Y por qué en mi cama? Porque es así, desde hace un tiempo es así. Primero eran salidas eventuales, nos veíamos, ella se quedaba en casa algunas noches, cada vez más seguido, un día traía una camisa, otro dejaba una falda, y así la casa se fue llenando de Alma que duerme mientras yo mirando las ventanas del otro lado.

En una de ésas descubrí una luz que se encendía en el edificio. Un acontecimiento en la madrugada y el departamento de la chica de la noche anterior estaba dentro de mi ojo. Las cortinas de la ventana permanecían abiertas. Cuando se tiene algo que ocultar uno se cuida de cerrar las ventanas, pero ella no sospechaba mi presencia. Entró seguida de un hombre, un gordo de pelo largo que sonreía todo el tiempo. Una mujer y un hombre en la intimidad con entrada libre a los curiosos. Si alma despertaba iba a acusarme de pervertido o tal vez me arrebataría el telescopio, nunca se cabe las cosas que pasan por la mente ajena. A mí me resultó atractiva la idea de seguir mirando y vi como el tipo se quitaba la ropa mientras ella bebía de la botella que tría en la mano. Nunca he visto una escena así aparte de en películas, así es que la idea resultaba interesante. Él se tiró en la cama y dejó de ser visible; ella se quitó la camisa, encendió una pequeña lámpara y apagó la luz. Prohibido para curiosos. El departamento convertido en una luz muy tenue donde seguramente un hombre y una mujer hacían el amor como Alma y yo antes de que Alma se duerma. Pasó un buen rato y vi a mi vecina levantarse, bebió nuevamente de la botella, se puso un short y fue a fumar al balcón. Exactamente igual que la noche anterior, mirando la nada de las calles. Seguramente el tipo dormía y ella, insomne como yo. Ella fumaba, botaba la colilla del cigarro y al rato alguien espiando es inadmisible. Pero esa mujer me resultaba extraña. ¿Por qué esa manía de fuma y fuma callada, ponerse a mirar la calle como si la calle le aplaudiera las conquistas, esa cara cansada y la falta de sueño? No sé, las mujeres no soportan estar solas. Ella llenaba sus noches de hombres y luego, ¿qué? ¿Qué os cura del gusto del vacío? Uno se recuesta en el balcón y es cuando de repente todas las verdades se escapan de las máscaras. La noche es el gran espejo. Uno se empeña en construir el todo con remiendos, como partes de un mosaico infinito, pero algo sucede cuando estos subterfugios se convierten en bufones burlándose de nosotros. ¿Qué hacía Alma en mi cama? Además de dormir, darme la espalda y dormir después de haber sudado sin amarnos, porque Alma duerme en mi cama y se arremolina y antes de irse a trabajar desayunamos juntos y luego regresa y es otra noche y otra noche más yo ante el ojo de cristal viendo cómo la de enfrente fuma, hace el amor y fuma, se recuesta en el balcón y pasa sus manos por la cara mientras tira la colilla hacia la calle, en una de ésas coloca la colilla en el balcón y se lanza ella a ver si algo sucede, como yo, esperando cada noche que algo distinto suceda, un algo diferente que no sea Alma boca abajo como los hombres de departamento de enfrente y, ¿acaso no será lo mismo? La vecina al menos cambia de rostro y quién sabe si en una de esas…

Comencé a obsesionarme. Cada vez me apartaba más pronto del lado de Alma para irme al balcón. Ella comenzó a molestarse preguntando qué tanto hacia yo, (afirmarme categóricamente solo), pero Alma dormía y se arremolinaba. Físicamente no estaba solo. Físicamente había dos cuerpos en mi departamento, ocupando cada cual su espacio, que coincidía únicamente en el momento justo que separa el “vamos a dormir” de Alma y su quedarse dormida. ¿Qué hacía entonces allí cada noche mientras yo hurgaba en la madrugada de los departamentos de enfrente? Del departamento donde la chica y el hombre continuaban charlando. A ratos ella decía algo y le pasaba la mano por el rostro apartándole el pelo de la cara. Parecía que me habían cambiado de vecina, pero era la misma, mi telescopio la conocía perfectamente. Ellos conversando. Yo, el espía. El ojo delator que acecha a los confabulados, aquellos que se hablan muy bajito, y se examinan para sentirse así, mero conquistador, ganador de territorios por derecho propio. Por los cientos de minutos que forman horas que empiezan a cantar los gallos –los gallos cantan mucho antes del amanecer, eso Alma no lo sabe porque no es insomne-. El estiro su cuerpo, ella dijo algo y caminaron hacia el departamento. Permanecieron adentro unos minutos, alguien apagó la luz de la lámpara y ella reapareció en la puerta, pero esta vez distinta. No se apoyó en el balcón a fuma y observar la calle que ya debe saberse de memoria. Se recostó en la puerta, con la mirada hacia adentro, hacia el lugar en que yo sé que está la cama. Me hubiera gustado hacer lo mismo. Me hubiera gustado abandonar mi posición, estirar la espalda y mirar hacia adentro, pero no tendría sentido. Adentro sólo iba a hallar a Alma, recostada boca abajo a un lado de mi cama, horas antes de despertar y pedir el desayuno. Por eso, preferí quedarme allí para ver cómo ella dejaba de mirarle y se sentaba en el piso del balcón, frente a mí, recostando la cabeza en la pared y sonriendo, sin fumar, sin nada de lo común que tan buen conocemos ella y yo. Estuvo un rato así hasta que en el marco de la puerta apareció un hombre descalzo con una camiseta. El caminó hacia ella, se agachó y quedaron largamente mirándose, yo lo sé. No importa que su espalda se interpusiera en mi mira. Tampoco importa que no viera sus rostros cuando él se sentó con los brazos extendidos y las manos de ella aparecieron en su nuca. Ya no importaba ver, no importaba mi ojo telescópico ni mi carencia de audífonos para escuchar lo que quizás no fueran a decirse. Ella le acercó hacia sí y supe que se besaban sin importar que yo mirara desde acá- yo ¿Qué era? ¿Qué podía determinar? Nada, absolutamente nada, conclusivamente nada. 

Yo era el espectador que se seca tímidamente las lágrimas mientras el encargado del proyector recoge las cintas. No era nada, por eso se besaron. Ella lo abrazó muy fuerte y quedaron así, intactos y felices, y yo era tan feliz, curiosamente era feliz de verlos. El recostándose sobre ella y yo viendo sus rostros, sonriendo, ella besándole la oreja mientras él se estremecía y viraba la cabeza para besarla y quedarse así, tan quietos, murmurando cosas al oído para esperar el alba, asistir juntos al alba mientras Alma dormía. Alma, tan tonta, quien no es capaz de presenciar un nacimiento no puede comprender nada. Y yo asistí al nacimiento, estuve cuando el cielo empezó a clarear y los gorriones salieron de sus nidos y ellos se levantaron del piso. Ella estiró el cuero y colocó las manos encima de la reja del balcón para gritarle algo al día que empezaba, mientras el la miraba con ternura, recostado en la pared. Luego volvieron a abrazarse, ella le tomó por la espalda y caminaron hacia adentro, fueron perdiéndose, corrieron las cortinas, alejándose de mí, de mi ojo de cristal lleno de la luz de la mañana, sin la tenue lámpara. Me quedé en el balcón sorprendido por el amanecer, sin estrellas cómplices de mi afán de profanar espacios ajenos, sin el hombre y la mujer, que estaría tendidos en la cama, no sé si haciendo el amor, tal vez durmiendo, qué importa pero ella no volvió a levantarse, no volvió al balcón a fumar como al final de cada madrugada. Me dejó solo esperando su regreso. Me dejó solo como estoy. Solo. Unos momentos solos y ya no hacía falta el ojo de la noche para descubrir los carros que comenzaban a transitar por la avenida, los viejitos sacando sus perros a pasear, los despertadores sonando, los radios anunciando las noticias matutinas y Alma arremolinándose en la cama.

Cuando Alma se levantó, yo aún estaba afuera.
-Oye, tú deberías buscarte un trabajo de guardia nocturno, sería perfecto para ti, estas más loco… Ve preparando el desayuno, anda…
Se metió en el baño y continué en el balcón. Al rato salió con la falda puesta y la toalla colgando al hombro.
-¿Pero todavía estás ahí? Mi vida, se ve que tú no tienes que trabajar temprano, ¿Qué preparaste?
Me recosté en la puerta y la miré mientras se ponía los zapatos.
-Vete, Alma.
Ella siguió con los zapatos.
-Claro, me voy a trabajar, anda, ¿ya tienes el desayuno?, para que te vayas a dormir que tienes unas ojeras…
-No, Alma, vete, quiero que te vayas.
Levantó la vista de mala gana.
-¿Qué pasa amor?
-Quiero que te vayas… que lo recojas todo y no vuelvas… que te vayas.
Alma se incorporó y me miró con una semisonrisa.
-¿Qué pasa? ¿Las estrellas te están afectando la cabeza o qué? –No dije nada, ella suspiró y se levantó caminando hacia mí con los brazos abiertos-. Vamos a ver ¿qué le pasa a mi astrónomo? ¿Estás muy cansado?
Esquivé su cuerpo.
-Estoy cansado de ti y, además, no soy astrónomo.
Entonces se detuvo mirándome molesta.
-¿Qué es esto?, ¿estás hablando en serio?
-Sí, quiero que te vayas, que lo recojas todo y me dejes solo, Alma, que te vayas!
-¿Pero por qué?
Comenzó a impacientarse, en cambio yo estaba sentado como el amanecer. Me senté en la cama mientras ella continuaba de pie a medio vestir. Soporte a un hombre que se pasa la noche despierto, la noche se hizo para dormir y para templar, ¿oíste?, sigue así, que te vas a joder más de lo que estás, por eso me voy al carajo de aquí…
Le di la espalda al balcón de mi vecina y miré a Alma con la maleta en mano.
-Se te queda esto –señalé el telescopio-, es tuyo.
-Quédatelo… yo para qué quiero esa mierda… Voy echando…


Alma salió del cuarto dando un portazo. No quiso llevarse el telescopio, pensó que no le hacía falta y quizás tenía razón, ciertamente a ella no le hacía falta, pero a mí tampoco. Ya no lo necesitaba más. En las noches siguientes, las cortinas del apartamento de enfrente no estuvieron más abiertas. Yo percibía la luz encenderse y apagarse, pero ya sin el ojo de cristal. Me paraba un rato en el balcón a ver las calles, el parque lleno de árboles, la avenida sin autos, y sabía que del lado de allá alguna luz encendería para luego apagarse, así toda la noche, aunque ya yo no fuera el fisgón, aunque ya no estuviera en el balcón para enterarme de todo, yo lo sabía. Sabía perfectamente que mi vecina no se iría a fumar y lanzar las colillas a la calle. Ya no le hacía falta, por eso cerraba los ojos, sonreía y me dormía, mientras en el balcón, el ojo de la noche continuaba solo espiando el nacimiento de la mañana.

2 comentarios:

  1. S. Corrieri? le dio el toque definitivamente, no se porque me dio risa cuando lo leí, casi casi sentía que estaba leyendo un libro, me gustó mucho el detalle. Me encantó como usaste a Alma, y como le rompiste el corazón (jajajajaja la destrozaste), no se que historia escribiste primero, pero "telescopio" se lee como si no te hubiera costado trabajo escribirla (o al menos eso parece, lo cual me encanta), más que nada por la similitud que tiene tu mundo mental con lo que escupieron tus dedos. Espero con ansiaaaaaas la siguiente <3 te adoro guapo!!!

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  2. jajaja no era para una Alma en particular, no soy tan rencoroso. Y si esta la escribi primero la anterior es un cuento mas ambicioso algo presuntuoso creo

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