lunes

Quizá

Siempre hay un señor en el público que tose. Solía creer que era siempre el mismo señor en todos los teatros. Que a eso se dedicaba: a recorrer cada teatro del mundo solo para toser. Quizá le pagan. Quizá una función no puede empezar sin ese señor que tose, me decía. Pero ahora que lo pienso es una idea un tanto descabellada. Lo más probable es que haya una asociación secreta de señores que tosen y que a cada obra teatral le sea asignado un señor diferente. Imagino que en dicha asociación reciben capacitación para toser con naturalidad y son evaluados en base a su desempeño. No me extrañaría que también hubiera una asociación secreta de bebés que lloran. O una asociación secreta de Carlos que se enamoran

Cartas para el interior


Hoy desperté sobresaltada sintiendo a los gorriones del árbol de la esquina, los gorriones, Nonó, ¿te acuerdas?, aquellos que nos despertaban cuando el árbol aún estaba en la esquina, antes de que el vecindario se levantara en armas y lo declarara indeseable, y los choferes protestaran porque sus parabrisas amanecían llenos de recuerdos de los pájaros cantores, y las vecinas alegaran que la acera se llenaba de hojas secas que ensuciaban el barrio, y el tipo de la esquina protestara porque los niños tiraban piedras a su casa tratando de cazar pajaritos, y todos, Nonó, todos excepto tú y yo, le declararan la guerra absurda al árbol y sus chillidos de mañana, todos, excepto tú y yo, se afanaran buscando sierras para preparar la ejecución del viejo roble mientras tú colgabas en la ventana el cartel "crezcan los árboles y no los edificios" y preparabas tu alegoría de defensa del árbol que luego se convirtió en réquiem, en epitafio recitado por ti mientras los otros buscaban un camión para llevarse el tronco mutilado, los gorriones emigraban con espanto y tú y yo llorábamos la pérdida del historiador del barrio, del anunciador de la mañana, el único capaz de hacernos abrir los ojos, Nonó, y descubrir el nuevo día, el trueque de estaciones...

Por eso hoy no sé si es invierno o primavera, si es lluvia o época de apareamiento, no sé, Nonó, es que hoy los gorriones no estaban, ni las hojas secas en el piso, ni el verde, ni siquiera tú, mi hombre de agua, ni siquiera tú, Nonó.

Ahora te llamo como me da la gana, ahora ya no vas a ponerme la cara seria ni vas a hacerte el que no escuchas cuando te llamo, Nonó, nunca te gustó ese nombre, decías que recordaba una tonta novela brasileña, pero tú lo provocaste, fuiste tú, hace tiempo ya, cuando nos conocimos, yo estaba en el cine, ¿recuerdas?, había ido a ver una película que apenas retuve, sólo sé que el personaje se llamaba Maximiliano y yo estaba sentada donde siempre, a la derecha en la parte de arriba, donde casi nunca hay nadie y por eso todos los asientos a mi alrededor están vacíos, entonces como a quince minutos de comenzada la película apareciste para sentarte junto a mí, pensé que eras uno de esos masturbadores que van al cine de noche, te miré y me corrí dos asientos hacia un lado y a los cinco minutos volviste a colocarte junto a mí, no sé por qué sospechabas que no me gustan los escándalos, por qué sabías que iba a mirarte nuevamente y a correrme tres asientos sin decir nada, aunque molesta porque mi atención quedaba dividida entre la película y tú que sonreías y volvías a mi lado, fue así, Nonó, toda la noche, yo mudando de asiento y tú persiguiéndome por la banda del cine, yo podía haber llamado a la acomodadora, haberme levantado para gritar de rabia, pero en lugar de esto te seguí el juego y dejó de importarme la suerte del Maximiliano que aún ignoro, dejó de importarme porque entonces me preguntaba qué pasaría cuando se acabaran los asientos de la banda derecha, como se acabaron y entonces me trasladé hacia la del centro y tú tras de mí, riendo bajito sin mirarme, así toda la película hasta que llegó al fin, encendieron las luces de la sala y comentaste, "tremendo filme, pero ya lo había visto", te levantaste sin mirarme mientras yo te miraba sorprendida, confusa, llena de rabia por haberme hecho perder toda la noche, habérnosla hecho perder a los dos, porque si al menos hubieras sido uno de los masturbadores entonces tendría sentido, pero ni eso, yo era la tonta y tú el idiota que se acercó a mí, cuando ya caminaba por la acera, aún furiosa, para decirme, "hola, yo soy Maximiliano", con la mayor de las sonrisas.

Entonces me detuve, entonces te miré llena de cólera y te dije, "¿ah, sí?, pues yo soy María Carlota de Bélgica, emperatriz de México y América, yo soy María Carlota Amelia, prima de la reina de Inglaterra, Gran Maestre de la Cruz de San Carlos y virreina de las provincias del Lombardovéneto acogidas por la piedad y la clemencia austríacas bajo las alas del águila bicéfala de la casa de Habsburgo!, te dije esto sin casi respirar y tuviste que aguantar la carcajada para decirme "la película no era muy buena, virreina, si quiere se la cuento o si prefiere podemos irnos a conversar de cualquier otra cosa, yo no soy Maximiliano, pero quizás sea el cartero que le trae noticias del imperio...", y no eras Maximiliano ciertamente, como yo no era Carlota, ni la mujer de la película que nunca pude ver, yo era la que horas más tarde se reía contigo, la que te bautizó con el único nombre que podías tener, "serás Maximiliano para mí",

"Maximiliano no, que no me gusta", pero no me importó si no te gustaba como no te importó a ti si me gustaba ir al cine y pasar la noche cambiándome de asiento, "hoy comencé a leer Noticias del imperio y descubrí a Maximiliano, hoy vine a ver una película y encontré a Maximiliano, entonces apareciste tú, hoy sólo puedes llamarte, "Maximiliano", "Maximiliano no", yo me reía de tus réplicas, te hacía burlas, "Maximiliano, no, no, no, Maximiliano, sí, Maximiliano", y con el tiempo nunca dije tu nombre, siempre la broma a tus objeciones "no, no, Maximiliano, no", el juego de palabras, "Miliano, no, Liano, no", hasta que llegó, "no, no", y naciste Nonó para llamarte siempre así, aunque me miraras de mala cara, aunque no tuvieras más opción que resignarte al castigo por no dejarme ver la película que además nunca me contaste, aún tenemos esa deuda...

An tenemos tantas deudas, por eso sé que vas a regresar, nunca te gustó dejar las cosas inconclusas, como con los cuadros, te ponías a pintar en las mañanas y no abandonabas la habitación del fondo hasta que no hubieras acabado, permanecías semanas sin ver el sol para construirlo en el lienzo, así decías, y entonces el último día, después de la creación: el nacimiento que festejábamos con vino hecho por mí para adorar a las criaturas que salían de tus manos, yo inventaba la fiesta, ese día me llenaba de collares y de flores y me ponía el sombrero que tanto te gustaba, entonces repartía velas e incienso por la casa y sacaba las copas para brindar por la vida que surgía del cuarto del fondo, cenábamos en el piso, yo compraba de comer cualquier cosa que servía en los platos de porcelana, regalo de mi abuela.

Yo tan torpe, Nonó, siempre tan torpe que nunca pude invitarte a cenar como quería..., el otro día estaba en la cocina y me eché a llorar, soy tan tonta a veces, estaba picando unos tomates y me corté con el cuchillo grande que usabas cuando íbamos de vacaciones al monte, al mismo monte donde fuiste. Me puse a pensar que hubiera sido mejor picarlos con el cuchillo pequeño pero no sabía dónde estaba y no me importó tanto, la herida no importó, pero luego..., luego fui a freír un huevo y se armó una confusión terrible, de repente la yema se separó de la clara, no sé, traté de empujarla con una cuchara, pero la yema se rompió y entonces ya no era un huevo frito, creo que la sartén estaba muy caliente o quizás le faltaba grasa, el asunto fue que aquello empezó a quemarse por un lado mientras el otro permanecía crudo y blando y yo sentí tanta tristeza que lo eché todo al fregadero y me largué a llorar como una imbécil, y es que es tan fácil hacer un huevo frito, si hubieras estado allí te estarías riendo de mi torpeza, porque sigo siendo torpe, Nonó, y la cocina me sigue pareciendo una nave espacial o un examen de química, mi fábrica de vinos caseros, el lugar donde se hace té o café y se pica el pan para ponerle adentro cualquier cosa que entretenga el hambre.

Como en los primeros tiempos, llevabas una semana viviendo en casa y yo dándote de mis tisanas con miel y pan tostado, un día te quedaste dándole vueltas a la cucharita del té, así como en un poema, mientras yo bebía y volvía a servirme, entonces me miraste seriamente, pregunté si querías más miel y sonreíste, "quiero comer, ¿tú no tienes hambre?", y sí tenía hambre, pero me daba igual, sólo que a ti no te daba lo mismo, fuiste a la calle y esa noche preparaste nuestra primera cena, yo puse la mesa y nos sentamos a comer, "comer es uno de los mejores placeres de la vida", decías y tenías razón cuando salía de tus manos, porque recuerdo aquella vez, no estabas en casa y traté de sorprenderte, construir un pedacito de la nada que te hiciera feliz, pasé toda la tarde en la cocina maldiciendo las carencias de productos preelaborados, de esos que solo necesitan agua caliente para crecer y listos, a comer, la cocina más rápida y eficaz para aprendices y vagos, pero yo no tenía nada de eso, así es que pasé la tarde entre ajos, cebollas y el calor del verano para regalarte a tu regreso la comida que tragaste con sonrisas y elogios a mi disposición, estuve feliz, Nonó, pero en la noche cuando me abrazabas antes de cerrar los ojos, me besaste los párpados y con tanta ternura, con tanto amor en las palabras dijiste a mi oído que los frijoles necesitaban más tiempo para ablandarse bien, que el arroz tenía un tiempo para no quemarse tanto y que antes de hacer una tortilla de papas había que freír las papas, lo dijiste con tanto amor, Nonó, tanta delicadeza para no herirme, pero a mí se me hizo un nudo en la garganta y me sentí tan tonta, tan inhábil, que luego pasé una semana sin querer comer, eludiendo todos tus intentos de hacerme reír mientras lanzabas una tortilla de la sartén y la virabas en el aire, y proponías ser mi maestro de cocina y yo tu maestra vinatera porque no había nadie en el mundo capaz de hacer vinos con lo que yo los hacía.

Claro que si aprendía a cocinar sería el ser perfecto, yo alegaba que entonces sería aburrida, "tonta, estamos tan lejos de la perfección que no vamos a tener tiempo de aburrirnos" y tenías razón, por eso no dejo de arrepentirme de cuando me regalaste el libro de cocina y a mí me pareció tal humillación que lo lancé al piso diciéndote que nunca iba a convertirme en la cocinera de nadie, que esos eran regalos para sirvientas o amas de casa, ¿la cocinera de quién?, pregunto ahora, siempre soy tan torpe..., ¿la cocinera de quién?, si ya volví a mis tisanas y mi pan tostado y no quiero entrar a la cocina porque me pongo a llorar como una imbécil, porque todo tiene tus huellas, Nonó, y es que me haces falta, no para comer, ya sabes, como para sobrevivir y te juro que aprendo a cocinar, no para ti sino para mí, como decías, pero si tú no estás yo ya no tengo ganas, Nonó, no tengo ganas...

Tuve que parar de escribirte para buscar un pañuelo, es que..., me he vuelto un poco sentimental en estos días, no sé por qué..., pero cuando abrí la gaveta tuve que reírme, ¿sabes qué encontré?, estaba revolviendo las cosas en busca del pañuelo y encontré aquel poema que me hiciste, "El mar no cabe en un cartucho", creo que es uno de los pocos que escribiste, la de la poesía era yo, pero aquella vez te reíste tanto con mi historia que me dedicaste un poema, es que..., siempre me ocurren cosas tan extrañas, Nonó, te conté que era pequeña y la maestra pidió que lleváramos a la escuela cosas para limpiar el aula y los pupitres, ya sabes cómo es la escuela, entonces en lugar de pedirnos detergente o jabón, ella dijo que necesitábamos espuma, no sé por qué los mayores son tan poco exactos con los niños que son tan exactos, esa noche mientras me bañaba recogí toda la espuma que corría por mi cuerpo y llené un cartucho, estaba contenta, me contento a veces con tan pocas cosas, pero al otro día cuando llegué a la escuela sólo encontré rostros interrogantes ante mi cartucho vacío, sólo entonces descubrí que la espuma es efímera y estuve muy triste, el día que te hice la historia estábamos frente al mar, el mar es un gigante que impresiona.

Tú comenzaste a hablarme de su calma y su violencia, de sus horas de paz y sus horas de ira, y tenías razón, el mar es grande y tan libre, y cuando bate contra las rocas deja un rastro de espuma que se pierde en un instante, pero para que exista ese vaporoso y blanco burbujeo es preciso ser fuerte, es preciso invertir todo el aliento para encontrar la belleza, tenías razón, Nonó

"el mar es demasiado intenso como para caber en un cartucho, y la espuma permanecerá intacta aunque dure apenas un segundo", lo más hermoso es efímero pero nos cuesta tanto que se queda para siempre, como tú, Nonó...

Mi hombre de agua, te has convertido en espuma pero yo te quiero mar, el sabor de lo eterno siempre deja un rastro hueco y yo te quiero instante, no recuerdo, deja ya de jugar a ser espuma que el mar no cabe en un cartucho pero tú tampoco...

El otro día vinieron los amigos, Andrea llegó abriendo ventanas y sacudiendo el polvo, dice que parezco una ostra encerrada entre cuatro paredes, pero estoy bien así, el ruido de allá afuera no se cuela dentro de casa y eso me hace bien. Andrea preparó un almuerzo que te encantaría, ella sí sabe cocinar muy bien, estuvimos escuchando música y conversando toda la tarde, ellos querían llevarme de paseo pero logré convencerlos para quedarnos en casa, claro que esto me costó una pelea con nuestra amiga, dije que si salíamos de aquí tú no ibas a poder estar con nosotros y se puso brava conmigo, bravísima, Nonó, si la hubieras visto, ellos dicen que deje de mencionarte tanto, que lo que debo hacer es olvidarte, volverme a enamorar, construir otra vida, ¿te imaginas qué locura?

¿cómo voy a enamorarme otra vez si aún no he acabado de hacerlo?

Ellos no entienden, Nonó, nadie entiende nada de los otros aunque se lo proponga, para entender algo hay que estar adentro, por eso ellos no entienden, yo vivía en medio de mis desórdenes cotidianos, libre y feliz de cualquier cosa, sin darle tanta importancia a lo que en realidad no importa tanto, porque los amigos y tú también, a veces, se empeñaban en entender y encontrar explicaciones de todo lo que sucede, como si todo tuviera explicación, encontrarle las cuatro patas al gato, como si no hubiera gatos cojos, no sé por qué, Nonó, sin embargo yo, aunque a veces un poco torpe, es cierto, era feliz soñando envuelta en el reguero de libros y tazas sin fregar, pero no era feliz del todo, ahora lo sé, nunca se es totalmente libre si no se ama y yo no sabía hacerlo hasta que apareciste, hasta que llegaste y con los días todo fue mudando y es que se aprende a amar como se aprende a caminar o a reír, y yo, que era como una niña, ahora soy menos niña porque te amo, aprendí a hacerlo y ahora, ¿qué hago con tanto amor que llevo adentro?, ¿dónde lo pongo?, me hiciste un cesto para guardar la ropa sucia, un cesto para las revistas, un cesto hasta para guardar las hojas secas que me gusta recoger en los parques, pero, ¿en qué cesto meto el amor, Nonó?, ¿puedes decirme, ahora qué hago con tantos recuerdos dándome vueltas en la cabeza, tantos intentos de dormir y tú saltando desde las paredes, desde tus cuadros mirándome convertido en colores e imágenes que huyen del lienzo para meterse en mi cama donde tú ya no estás, ¿qué hago, Nonó?, ni los amigos ni siquiera tú van a poder decirme, por eso estoy confundida, ahora no sé cómo hacer, es que no sé organizarme, ¿ves?

Menseñaste a asistir al nacimiento del día, y ahora no sé si es de mañana o madrugada, y en verdad tampoco importa demasiado, Nonó, tú, mi orden, mi paz, mi ave fénix, mi regalo de los dioses, ¿por qué no vuelves?, yo puedo esforzarme y puedo incluso despertar antes que tú porque ahora no sé ni cuando despierto y en verdad valdría la pena no despertar nunca si tú no estás..., el otro día Raulito me dijo que le regalaron un perro, dice que va a traerlo por aquí y yo me puse a recordar, ¿te acuerdas de aquel día triste?, llegué a casa llena de lágrimas y culpa, es que cuando venía de regreso vi en medio de la avenida un perro agonizando, algún carro le había pasado por arriba pero aún estaba vivo y vi la angustia en su rostro, estaba muriendo pero aún allí sin poder hacer nada, echada su suerte a la suerte de una goma que finalmente le pasara por arriba para acabar con tanto desconsuelo y yo no podía hacer nada, podía quizás quitarlo del medio y condenarlo a la espera, al conteo final que es el más amargo, por eso llegué a casa culpable e infeliz, tú calmaste mi llanto, me besaste en la mejilla y saliste a la calle, cuando regresaste traías una bolsa con el perro muerto ya, lo enterramos al fondo de la casa, yo escribí su epitafio, ¿te acuerdas?, el mes siguiente en ese pedazo de tierra nacieron flores y entonces fui feliz, fui más feliz por el perro y por ti, por tenerte cerca, por saber que siempre estarías cerca, como me decías y nunca mentiste, por eso aún te espero...

Lo del perro es un recuerdo triste, no sé por qué te lo escribo si prometimos nunca hablar de él, hay otros recuerdos más alegres, como el de los gorriones, siempre nos gustaron los gorriones porque son libres, desordenados y felices, decías que yo había sido gorrión en una de mis vidas anteriores y eso me daba gracia, aunque ahora me gustaría, sí, me gustaría tener alas para salir a buscarte en cualquier árbol..., un día de vientos y lluvia, cuando aún existía el roble del barrio, llegamos a casa y encontramos dos gorriones tirados en la hierba, completamente mojados y con frío, los llevamos a casa para darles calor y comida, eran tan pequeñitos que nos sobraba una mano para sostenerlos, los llamamos Maximiliano y Carlota, por nuestra vieja historia, claro, era maravilloso descubrir cómo día a día empezaron a recuperar sus plumas, a veces tropezábamos con ellos caminando por la casa, ellos como dos inquilinos más usando nuestras cosas para dormir, hasta que un día, al volver de noche, ya no estaban, busqué en cada rincón, en cada hueco porque las ventanas estaban cerradas y no tenían por dónde salir, pero ni rastro, Maximiliano y Carlota partieron cuando estuvieron listos para el viaje, yo sentía algo de nostalgia porque no me dieron tiempo para despedirlos, pero tú decías que quien nace libre nunca necesitará una ventana abierta para volar, quien nace libre va a encontrar la forma de volver a su naturaleza y los gorriones son libres, por eso se echaron a volar juntos, Maximiliano y Carlota, como tú y yo, sólo que tú partiste y me dejaste sola, Nonó, me dejaste muy sola y con las alas marchitas.

Ahora en verdad ni siquiera sé por qué te escribo, me quedo en las noches dándole vueltas al papel, llenándolo de palabras torpes, y ni siquiera sé a dónde enviar tus cartas, te escribo y las echo en el cesto de las hojas secas, son casi lo mismo, y como hace días que no salgo a los parques no tengo nuevas hojas, de todas formas son casi lo mismo, todas se van marchitando, mudan de color y se hacen viejas como nosotros, cada día se nos cae una hoja del cuerpo, la historia de los árboles no está en su tronco sino en los cientos de estaciones que guardan las hojas caídas a su alrededor, las hojas que la gente barre inútilmente como nosotros con los recuerdos y tus recuerdos vagan por la casa, se suben al librero, desordenan la cocina, tropiezan conmigo y yo los dejo pasar, les doy un beso y luego les sonrío tristemente, porque siempre acabo triste, Nonó, como la zorra de Saint-Exupéry, la zorra que tú domesticaste acercándote cada día un poco más hasta que estuviste adentro, y ahora..., ahora no sé a qué hora vas a regresar, por eso mi corazón se mantiene agitado, pasan las cuatro, las cinco y las seis y ningún día es diferente de los otros, ninguna hora la tuya.., a veces me recuesto a la ventana de madrugada, es hermosa la ciudad dormida en la hora de los gatos, y siento que tú te revuelves en la cama pero no puedo virar el rostro, no puedo sentarme junto a ti como hacía antes para verte dormido, eras tan apacible, tan tierno siempre, Nonó, la zorra tenía razón, "si uno se deja domesticar, corre el riesgo de llorar un poco", pero ya yo he llorado demasiado y no es justo, no puedo ni quiero, sin ti, no quiero, no tengo ganas, simplemente no tengo ganas.., te vas a molestar si te digo que las flores del perro se marchitaron todas, todas de repente, que el libro que dejaste abierto en la mesita de noche no pienso guardarlo en el librero, que las arañas construyen ciudades encima de tus lienzos en el cuarto del fondo, que todo está intacto, Nonó, esperando por ti, todo, como yo que no encuentro el hilo para escapar del laberinto y tampoco quiero porque sé que vas a regresar, porque yo no soy Carlota ni tú Maximiliano y no voy a enloquecer respirando el aire de tu ausencia

El otro día Andrea me dijo que vendría el domingo a buscarme para llevarte flores al mar, ¿qué absurdo no crees, Nonó?, las flores son para los muertos, yo no tengo que llevarte flores a ninguna parte, ademas tu no fuiste al mar, Nonó, tu sigues ahí como cuando eramos niños, aferrado a un arbol, ahora luchando por salvar miles. O haciendo sabotajes en la selva como dijo la minera... no sé dónde estás, no me importa dónde estás, no quiero que me digan nada, ni que vengan todos tan torpes a pasarme la mano por la cabeza, por eso cierro las ventanas, para impedir que ellos pasen y tú escapes nuevamente y me siento a esperarte rodeada de tus cuadros porque sé que vas a regresar, me lo dijiste, "siempre vamos a estar juntos", ¿qué absurdo es este de convertirte en espuma?, sabes que detesto la espuma, Nonó, no me obligues ahora a detestar el mar, así que vuelve, tú sabes dónde encontrarme, yo estaré siempre sentada en la banda derecha de la parte de arriba, donde casi nunca hay nadie, y a mi alrededor los asientos están vacíos para que tú te sientes, siempre estaré allí o en cualquier parque recogiendo hojitas secas, regalo de los árboles, o llorando cualquier perro muerto en la avenida, o frente al mar, asistiendo al nacimiento de la espuma, o dando de comer a los gorriones, o en cualquier madrugada frente a la ventana te estaré esperando con un té con miel, o sentada en el piso, Nonó, encendiendo las velas y el incienso, con una botella de vino hecho por mí de cualquier cosa, y dos copas, para ti y para mí, y el sombrero que tanto te gustaba, esperando que se abra la puerta del cuarto del fondo y aparezcas tú, Nonó, mi Nonó, mi hombre de agua, mi bitácora, deja ya de ser espuma, por favor, y cuando puedas, regresa.