viernes

Besos de salva

Ningún estudiante será detenido esta noche en México cuando la mujer que quiero se acerque y la bese en el centro, las patrullas huirán acosadas por ordas de niños salvajes 

La bese y sienta que cae el despotismo, la bese y se apagen las luces de la ciudad, la bese tan alto que quiebren las bolsas, la muerte y desaparezca el dinero

Se va a caer el sistema si ella se entrega con besos pedrada contra los lunes, con besos de lapa bajo los coches, con besos de salva contra las balas, con besos tornillo contra la usura 

Se va a caer, en serio, se va a caer se están despertando los osos del viento estamos a punto de vivirnos, si me sigues mirando tan alto se va a caer México, se va a venir al suelo

martes

Ella cantaba mientras el mundo se derrumbaba

(Nota: activar el playlist que esta al final :p)

Nina cantaba un blues en la habitación del otro lado. Del lado de acá estaba yo tarareando. Entre mi habitación y la de Nina había un pasillo largo. En el pasillo estabas tú que caminabas de un lado a otro y volvías a empezar. Murmurabas frases entrecortadas y rabiosas. Bufabas una inconformidad apenas declarada. No sé qué te pasaba, pero de seguro debería ocurrirte algo como cada noche. Mientras tanto, yo era todo oídos (para Nina). Tú caminabas así, como si de tanto andar se hiciera un surco grande que atravesara los pisos más abajo y te llevara al centro de la tierra y en el centro de la tierra quizás encontrarías algo que aquí arriba, ciertamente, no te empeñabas en buscar.

Nina cantando y yo cerré los ojos. Cerrar los ojos es transportarse hacia otro sitio. Es colocarse en el justo lugar donde desde afuera puedes observarte y descubrirte. Tú seguiste caminando y repartiendo colillas por el piso que no se me ocurre pensar quién barrería luego. Aunque la imagen me da gracia también me aflige haber sido yo quien te contagiara ese vicio. 

Mientras el vecino de abajo comenzó a golpear levemente porque en su techo se sentían pasos continuados y esto le impedía dormir. Dormir es también transportarse hacia otro sitio. Cuando no se puede dormir uno se molesta y el vecino de abajo golpeó entonces más fuerte para que cesara el rumor encima de su cabeza.

Nosotros no percibimos el ruido. Nina Simone tocaba el piano y sentí que mi concentración alcanzaba un punto extremo. Hay un momento del día en que el cotidiano debe quedar excluido para no morir de estrés. Mi cuerpo astral comenzó a levitar. Tú aplastaste la colilla con el tacón. El tacón dio tal golpe en el techo del vecino que éste no pudo hacer otra cosa que salir al balcón y pedir silencio a gritos. Tanto aire tenía en los pulmones que el niño de la vecina de al lado del vecino de abajo interrumpió su sueño bruscamente y comenzó a llorar. La vecina encendió la luz y fue a calmar al bebé, mientras su marido salió al balcón furiosamente para callar al de al lado que no dejaba dormir a estas horas de la noche.

Nina no cesaba de cantar y tiene una voz tan dulce, que apenas sentí tus injurias cuando por poco te quemas con el nuevo cigarro que acababas de encender. Tú pendiendo siempre de bastones terrenales, sin saber que es más fácil intentar entrar en armonía con uno mismo para alcanzar el equilibrio. El vecino de abajo discutía balcón a balcón con su vecino, mientras el niño lloraba fuerte y cada vez más, hasta que la señora de arriba se despertó. La señora de al lado de nosotros, ésa que padece todas las enfermedades. Abrió los ojos en medio de la noche y al sentir el bebé de los de abajo y los gritos de los otros, pensó que en el edificio había fuego, gimió aterrorizada y se desmayó. Su nieta se levantó corriendo al sentir el grito y al descubrir a la abuela en el piso, salió al balcón a pedir socorro.

Yo sonreí porque Nina hace con la voz lo que le da la gana. Me permite andarme lejos, un poco lejos de los otros y más cerca de mí mismo. En un sitio distante donde sólo hay una voz que canta y todo es consonancia. Tú tosiste como cada vez que fumas en exceso. El vecino de abajo amenazó al vecino de al lado con darle un golpe. El bebé lloraba desconsoladamente, pero su madre sintió los gritos de socorro de la nieta de la señora de arriba y también salió al balcón. Su marido invitaba al vecino de al lado a terminar a puños la discusión en la calle. La nieta de arriba pedía una ambulancia y entonces en el edificio de enfrente comenzaron a encenderse algunas luces. El padre de los gemelos salió a la calle en pijama preguntando qué ocurría. Los gemelos aprovecharon para salir al portal.


Cada vez que Nina canta siento como si el mundo fuera otra cosa. Y en realidad es otra cosa, un poco más simple, un poco más humano. Sólo que tenemos demasiados vicios. Demasiadas preguntas sin respuesta. Un exceso de materialidad y cierto terror a lo precario. Tú fumas y caminas como si no pasara nada, siempre nerviosa, siempre enojada, sin sentir esta paz adonde me transporto. Sin sentir ni siquiera las malas palabras de la gorda madre de los gemelos para hacerlos entrar en casa en el mismo momento en que el marido de la vecina tiró una maceta al balcón del vecino de abajo. El bebé gritó más fuerte, porque su madre lo zarandeaba intentando sostener a su marido, mientras la de arriba voceaba tristemente pidiendo una ambulancia y el padre de los gemelos, con ese timbre potente, invitó a los de la cuadra a telefonear. En esos momentos, claro, luego de las malas palabras de la madre de los gemelos, ya el edificio de enfrente estaba en pie. Unos de parte del vecino de abajo. Otros del padre del bebé. Otros de la nieta de la señora desmayada. Y otros en contra de la gorda madre de los gemelos más insoportables de todo el edificio.

No sé por qué tanta gente olvida que existen los poetas, pero Nina no. Ella hace poesía y yo recuesto la cabeza. El último día del mundo existirá un poeta que escribirá la historia. Luego todo tendrá que empezar. Recomenzarán los signos y las emociones. Entonces volverás a caminar y a fumar, pero quizás encuentres soluciones o al menos esperanzas. Hoy sólo caminas mientras el vecino de abajo sale a la calle acompañado del de al lado y se empieza a sentir la sirena de la ambulancia que viene de muy lejos y toda la cuadra está en pie. Los muchachos de la esquina hacen apuestas por el de abajo o por el marido de la madre del niño. Y la madre del niño está también en la calle con una bata transparente y en brazos su bebé que no cesa de llorar, mientras la madre de los gemelos se acerca para calmarla. Los gemelos aprovechan para salir otra vez y su padre se une a otros hombres para buscar a la señora desmayada. Las esposas quieren todas consolar a la pobre nieta que ahora grita, porque descubre que su abuela se ha levantado y en medio de tanta confusión ha llamado a los bomberos. Y ya se siente la sirena.

Tan simple Nina. Todo tan simple y cuánto cuesta entenderlo. Mientras sigas cantando para mí me mantendré a salvo. Las cosas más complejas suelen tener las explicaciones más simples. 

Transmitir un sentimiento puede resultar lo más natural del mundo y de tan natural necesitamos inventarnos sentimientos ajenos. Cosas difíciles como el silencio y la incomodidad de ella que camina por el pasillo y vuelve a aplastar fuertemente una colilla contra el techo del vecino de abajo. Pero el vecino de abajo no se molesta, porque acaba de recibir un golpe en el centro del estómago del puño del padre del bebé, que ahora está en brazos de la madre de los gemelos. Y los gemelos se divierten observando los cuerpos detrás de las batas transparentes de las mujeres que están en la calle. Uno de los esposos de las mujeres dice que esto no puede continuar y llama a la policía, mientras la nieta de la señora de arriba de los vecinos que viven al lado del vecino de abajo, trata de disculparse con los hombres que fueron a socorrer a su abuela. Su abuela siente la sirena y nadie puede definir si es la ambulancia, los bomberos o la policía.

Es la última canción. Cuando se acerca el final, algo se me queda adentro. Algo que es mío y soy yo. Cuando abra los ojos el mundo será distinto, Nina. Cada imagen primaria es una imagen diferente y tiene que ser mejor. Tú enciendes el último cigarro y tiras la cajetilla al piso para hacerle compañía al montón de colillas que no se me ocurre pensar quién barrerá mañana. Mañana será diferente. Seguramente el vecino de abajo recuperará el aire de sus pulmones en el hospital adonde lo conduce la ambulancia. El vecino de al lado del vecino de abajo pagará la multa que le puso la policía por escándalo público. Los bomberos se contarán la historia del rescate de dos gemelos subidos en un poste para tratar de verle el escote a la muchacha del primer piso del edificio de la esquina. La nieta de la señora de al lado, que vive arriba de la madre del niño de al lado del vecino de abajo, dará pastillas a su abuela para que tenga un sueño feliz. El padre de los gemelos peleará con su mujer acusándola de irresponsable y además de haber salido a la calle exhibiendo sus carnes. Los demás hombres se darán los buenos días y sonreirán pensando que vieron a las mujeres de los otros casi en ropa interior. Las mujeres irán al mercado a comprarse nueva ropa interior (mejor que la de sus vecinas). Yo volveré a escuchar el disco The greatest hits de Nina Simone. Tú seguirás fumando. Seguramente mañana será distinto. Ahora el disco ha terminado y yo incorporo la cabeza.

- ¿Te sucede algo?

- Estoy un poco preocupada, cada día que pasa siento que las cosas van peor, no sé, siento que el trabajo me asfixia, la ciudad, el mundo todo me asfixia, y para colmo se me acabaron los cigarros.

- No te preocupes amor, mañana será otro día, ahora vamos a dormir


jueves

En busca del tiempo perdido y Marcel Proust


Ahora resulta que el chismográfo de la primaria tenía un origen y un propósito mas loable que el descubrir lo que le gustaba a tu crush de escuela. Y es que pensándolo bien hasta la palabra en si tiene su encanto. Del sustantivo “chisme”y del sufijo “grafo” del griego “γραφος” (graphos) de la raíz de “γραφειν” (graphein) escribir, no cualquier niño esboza una palabra tan autentica.

Gracias a Marcel Proust que a sus 13 años hiciera su primer chismográfo y que tiempo (bastante) despues hiciera un segundo para contrastarlo con el primero y no sintiéndose satisfecho publicara sus respuestas en el artículo: Las confidencias de salón y así fue como surgió el famoso cuestionario de Proust


1. ¿Principal rasgo de su carácter?
2. ¿Qué cualidad aprecia más en un hombre?
3. ¿Y en una mujer?
4. ¿Qué espera de sus amigos?
5. ¿Su principal defecto?

6. ¿Su ocupación favorita?
7. ¿Su ideal de felicidad?
8. ¿Cuál sería su mayor desgracia?
9. ¿Qué le gustaría ser?
10.¿En qué país desearía vivir?

11. ¿Su color favorito?
12. ¿La flor que más le gusta?
13. ¿El pájaro que prefiere?
14. ¿Sus autores favoritos en prosa?
15. ¿Sus poetas?

16. ¿Un héroe de ficción?
17. ¿Una heroína?
18. ¿Su compositor favorito?
19. ¿Su pintor preferido?
20. ¿Su héroe de la vida real?

21. ¿Su nombre favorito?
22. ¿Qué hábito ajeno no soporta?
23. ¿Qué es lo que más detesta?
24. ¿Una figura histórica que le ponga mal cuerpo?
25. ¿Un hecho de armas que admire?

26. ¿Qué don de la naturaleza desearía poseer?
27. ¿Cómo le gustaría morir?
28. ¿Cuál es el estado más típico de su ánimo?
29. ¿Qué defectos le inspiran más indulgencia?
30. ¿Tiene un lema?


Un consejo, sean sinceros, no es para publicarlo como Proust (no creo que sean tan arrogantes jeje), pero si lo hacen bién consciente o inconscientemente les ayudará a descubrir su personalidad

lunes

Paréntesis

Escribo esto encabronado, muy muy encabronado, -paréntesis no es mi pensar cotidiano- pero me encabrona que me dejen colgado una ves, dos es casi estúpido aceptarlo, porque con la persona con la cual debería estar enoja@ soy yo, por ponerme en esa situación............ No te pongas en esa situación!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!1 pen#$%%jo

miércoles

D/Escribamos


¿Por qué escribimos Poesía? ¿Es acaso un juego? ¿Una obsesión? ¿Quizás una necesidad? ¿Hacia dónde la dirigimos? ¿Cómo la construimos?

Escribir Poesía es como tener un montón de ladrillos y no formar nunca una pared. Hacemos por crear un hogar para el lector, un encuentro para nosotros mismos. Pero no asumimos el dolor ajeno, no nos convencemos de lo desconocido. Aquél que es nómada, adivina siempre la Poesía donde otro anhela el hogar.

La Métrica y nosotros a veces no nos entenderemos, porque Ella medirá los versos en sílabas; y nosotros, en sentimientos. Su engranaje es metódico, pragmático, cuadriculado, real, se hace lícito, legible, pausado. En cambio, nosotros escribimos más exacto, más preciso. Le damos contexto a la Palabra porque, sencillamente, ésta no es más que el dolor mudo de nuestra propia voz.

La Poesía es un tipo de arte. Muy doloroso, eso sí. Y esto es así, porque el Arte en sí es un daño colateral. Así que, por favor, les suplico que no escribamos Poesía para dedicársela a alguien. Escribamos para enfrentarnos a nosotros mismos. Desafiémonos. Pongámonos trabas, obstáculos. No creamos conocer los parámetros del Poema; intuyámoslo. Pensar que el poeta no escribe porque quiera comprender la vida. Tan sólo aspira a describirla con el dolor adecuado. Con la sensibilidad necesaria.

La Poesía vuela. Nosotros no. Ésa es la gracia de escribir.

viernes

La obra



—Yo soy actriz.

Dijo la muchacha apartando la vista hacia la ventanilla. El conductor recorrió su cuerpo con una mirada y reanudó la marcha. Dijo que el sueño de su adolescencia había sido el teatro, pero terminó como taxista. Jugarretas del destino y obviamente, del talento. Cuando era más joven no se perdía ninguna obra. Ahora realmente tenía poco tiempo, pero como acababa de conocer a una profesional del medio, seguramente iría pronto. Era la primera vez que subía a una actriz y le resultaba emocionante. Quiso saber su nombre, dónde trabajaba, qué obra presentaban, cómo se llamaba el personaje. La muchacha lo miró.

—No pertenezco a ningún grupo —sonrió de mala gana y volvió a girar el rostro hacia la ventanilla para continuar hablando—. Yo en realidad, hubiera querido ser hija de un multimillonario. Pasar toda la infancia siendo la niñita de papá con todo lo que me viniera en mente. Llegar a la adolescencia para comenzar a gastar dinero en compras inútiles, mientras el viejo me pasaba la mano por el cabello llamándome “amor de mi vida”. Antes de la mayoría de edad hubiera comprado la licencia de manejo y estrenaría el carro, regalo de mis queridos padres, para comenzar mis giras nocturnas con amigos y botellas. Hubiera abandonado la universidad después del primer aborto, y trasladaría mi vida al apartamento, regalo de mi padre para calmar mis nervios. En el último piso y con piscina, organizaría de esas fiestas que no terminan nunca, con invitados hijos de políticos, y donde todos nos beberíamos el mundo. Así hasta que un día, a los 25 años me encontrarían muerta en un accidente automovilístico, con las venas llenas de alcohol, y la nariz enrojecida. Eso hubiera querido que fuera mi vida, claro, pero nací equivocadamente.

Él permaneció unos minutos atónito y luego sonrió afirmando que lo del padre multimillonario no estaba mal, pero al menos era actriz y eso era algo ¿no? Seguramente había representado obras en la escuela de teatro, un personaje secundario, cualquier cosa. Todavía era joven y tenían tiempo para encontrar un grupo. Él en la preparatoria había representado a Otelo en una actividad de la escuela, y conservaba las fotografías como un gran evento. La muchacha lo miró muy seria.

—Nunca fui a la escuela de teatro, aspiro a cosas superiores. Hace años me preparo para la gran representación, yo alcanzaré lo perfecto, el gran arcano, ¿me entiendes?

Él no entendió, pero vista la seriedad del otro rostro, decidió no abrir más la boca. La actriz dirigió su mirada a la ventanilla y sólo volvió a hablar para pedir que la dejara en su destino. El auto se detuvo. Ella dio las gracias y él agarró su mano segundos antes de bajarse.

—Espera... disculpa si te molesté, de todas formas, cuando estés lista para la representación de lo perfecto, ¿cómo podría verte para que me invites?

La muchacha sonrió.

—Vivimos en medio de una representación. Seguramente tu Otelo resultó más creíble que esas ganas de verme. —Soltó su mano bruscamente y bajó.

El chofer suspiró poniendo el auto en marcha y no volvió a pensar en ella hasta unas semanas después cuando la vio parada en la misma esquina. Se acercó despacio ella no pareció reconocerlo y entonces para no sentirse ridículo simplemente la invitó a subir.

—Me dices dónde quieres que te deje.

Ella movió la cabeza afirmativamente fijando la vista en la ventana. El muchacho se sintió incómodo, pero era de esperar que alguien que todos los días montaba en un carro distinto no recordara su rostro.

—Me parece que nos hemos visto antes. ¿Tú a qué te dedicas?

—Soy actriz.

Él sonrió ideando la manera mejor de hacer que lo recordara.

—Hace unas semanas creo que di servicio a otra actriz, lo recuerdo porque el teatro es una de las cosas que más me gusta. ¿Estás trabajando algún personaje?

La muchacha giró la vista hacia sus ojos, suspiró y luego volvió a la ventanilla.

—Yo en realidad hubiera querido ser una católica, no por vocación, sino porque no quedara más remedio que afiliarme a alguien. ¿Y quien mejor que un alguien colectivo? Juraría llegar virgen al matrimonio, y ante la imposibilidad de encontrar marido tendría sueños eróticos, donde me vería en minifalda y con un inmenso escote, cantando para un público de hombres. Entonces comenzaría una doble vida. De noche andaría a conciertos de rock, para admirar a los monstruos llenos de pelos y sudores. Olvidada en la última fila asistiría a las transformaciones de los otros, rezando en silencio, y lloraría en las noches la incapacidad de liberarme. Me encontrarían muerta de indigestión, desnuda y con las piernas abiertas, virgen y con 35 años, y una cruz aferrada en una de las manos.

El tuvo ganas de reír, pero se contuvo.

—¿Estás ensayando tu próximo papel?

La muchacha lo miró sin apenas inmutarse. Él se encogió de hombros y cambió la vista, mientras murmuraba un “disculpa”. El resto del viaje no volvieron a conversar. La calle pasaba de prisa, mientras al volante él se preguntaba por qué con tantas muchachas bonitas y normales que había, le venía a tocar una loca que lo único que hacía era decir tonterías.

—Déjame en esta esquina.

El carro frenó bruscamente.

—Te deseo suerte y que puedas por fin convertirte en una gran actriz.

Ella bajó despacio y ya afuera se recostó un instante en la ventanilla.

—No. Yo soy actriz. Lo que quiero es la representación perfecta. —Dio media vuelta y se fue.

El motor se puso en marcha con un conductor un tanto irritado. La palabra “estúpida” merodeaba mezclada con el aire que entraba por las ventanillas. “La próxima vez que la vea la dejo plantada en la esquina, bajo el sol, y con sus guiones preelaborados”. Eso pensaba él, pero la siguiente vez que la vio fue aproximadamente un mes después. Siempre en el mismo lugar. La luz roja lo obligó a detenerse, a pesar de sus intentos de escapar. Entonces se le ocurrió que sería divertido dejar que se acercara a pedir servicio y entonces le plantaría una rotunda negativa en el rostro. Ella, sin embargo, no hizo nada para abordarlo. Estaba como siempre: detenida. El semáforo cambió la luz y el miró por el retrovisor. El auto de atrás comenzó a pitar desesperado al ver su marcha en retroceso.

—¿Te adelanto un tramo?

La muchacha dio las gracias y se apresuró en subir. Él no quiso indagar demasiado en su repentino cambio de actitud. Prefirió asumir que le daban pena las muchachas que esperaban bajo el sol, y que era mucho más entretenido viajar con una que hacía historias, aunque resultaran siempre patéticas. Trató de ser amable y divertirse un poco.

—Yo soy actor ¿sabes?

Ella le dedicó una mirada con desgana y volvió a fijar la vista en la ventanilla. Él quiso de veras divertirse.

—En realidad quería ser otra cosa… quería ser un tipo normal y andar por la calle y un día encontrar a una muchacha y conversar y enamorarme de ella, y enamorarme tanto hasta descubrir que ella no me amaba, ni siquiera me miraba, y entonces… entonces planificar calladamente su muerte, asesinarla con mis propias manos, llevarla en una loca carrera por toda la ciudad para hacerla morir de miedo. Luego bajaría su cadáver del carro y continuaría tranquilo silbando una canción.

—Para ser actor eres bastante mediocre. —La voz de la muchacha lo hizo girar la mirada hasta encontrar sus ojos—. La gente interpreta papeles en dependencia del momento en que se encuentren. Lo más terrible es que pueden tener ante sus narices una verdad y se emocionarán pensando que es una interpretación magistral de eso que llaman realidad. Los actores están del lado de allá del escenario, viejo, pagan el boleto y luego van a casa a continuar el rutinario guión que alguien les ha impuesto.

El chofer abrió los ojos con asombro ante la total elocuencia de su acompañante, pero no quiso perder la oportunidad de continuar escuchando. Quiso darle un pie para que siguiera.

—¡Déjame adivinar! ¡Tú eres actriz!

Ella le dedicó una sonrisa.

—Como adivinador también eres mediocre, que soy actriz te lo he dicho las anteriores veces que me has subido.

El carro frenó en seco y él se giró mirándola muy serio.

—¿Entonces me reconociste? ¿Me aceptas un café?

—No puedo perder tiempo, déjame en casa, nos vemos el mes que viene en la misma esquina.

Fue así como convirtió el ultimo sábado del mes en su día mas deseado. Cada mes acudía a recogerla al mismo sitio. En un comienzo pensó que la frialdad de los primeros momentos iría cediendo. Él se mostraba muy locuaz. Hablaba de temas divertidos mientras ella repasaba la ciudad a través de la ventanilla y a veces lo interrumpía con algún comentario totalmente ajeno a su discurso. Él trató de indagar en su vida, saber si era casada, si vivía sola. Conocido juego de tantear el territorio, que encontraba respuestas en monosílabos y medias sonrisas por parte de ella.

—¿Por qué te interesa acostarte con una desconocida?

El chofer titubeó un poco antes de responder.

—No… si yo no quiero, además de que ya no eres una desconocida, yo sólo quería interesarme por tu vida, es normal ¿no?

—Mi vida es simple: soy actriz. Nunca te vayas a la cama con una actriz. Puedes padecer reacciones muy frustrantes. A mí lo único que me importa es prepararme para mi representación. —Le dedicó una sonrisa.— Quizás tú seas un buen espectador. ¿Te interesaría?

Él movió la cabeza afirmativamente y agregó que era en verdad lo único que le interesaba de ella: su vida profesional. Pero era mentira.

—Ok, te mantendré informado. Serás mi invitado de honor.

Era extraña, y él quiso esperar al mes siguiente. De mujeres había conocido muchas. Ésta era un desafío. De esa clase de personas que les gusta rodearse de un aire misterioso, con discursos a medias, como si colocaran las palabras al borde de la mesa para verlas tambalearse. Él aceptó el reto, aunque en verdad lo único que le interesaba era encontrar una muchacha normal. Una que te mira, responde “sí” y “ya somos novios”. De esas que se van a buscar a la salida del trabajo y se presentan a los padres y se felicitan el día de los enamorados. Aunque en realidad quisiera eso, prefirió esperar, o hacer lo que en su lenguaje se definía como “madurar la fruta”. Prefirió respetar los tiempos dilatados y la mirada ajena. Ese aire que la hacía diferente. Tal vez luego de la anunciada representación, vendría el café y quién sabe si otras cosas, mientras tanto no quedaba más remedio que esperar. Era tan inofensiva, tan poco perniciosa, que daba casi pena.

—¿No piensas adelantarme nada de la obra? Ya que soy invitado de honor, debo estar preparado, ¿no?

—No. Quien tiene que prepararse soy yo. Tú solamente harás lo que dice tu papel: estar presente. No puedo adelantarte nada, lo echarías todo a perder. Yo alcanzaré la magnificencia. Con eso basta.

Habían pasado ya unos cuántos meses desde el primer día, y él continuaba esperando. Abrigaba en lo más hondo la sospecha de que luego del teatro todo cambiaría. Si bien no era de las más comunes, al menos tenía algo que la hacía interesante. Quizás ese empeño de soñar con una obra que rompería todos los arquetipos posibles. Un espectáculo donde la platea pasaría a ser la ejecutante, mientras en el escenario los supuestos actores gozarían de la función. 
Alguna vez dijo, con marcada ironía en las palabras, que el teatro no era más que una dulce escapada del libreto. Los espectadores disfrutan lo que ven con la total certeza de que el telón caerá y todo volverá a ser como al inicio. Las butacas, entonces, son territorio franco, donde las emociones y los sentimientos pueden vagar libremente mientras que dure el espectáculo. Ella trastocaría todo, dijo con la vista fija en la ventanilla, crearía una confabulación donde todos quedaría implicados.

El taxi se detuvo una vez más ante la muchacha que esperaba bajo el sol. Él le dedicó una sonrisa y siguió con la mirada su menudo cuerpo, mientras hacía el recorrido para subir al carro.

—Llegó el momento –dijo ella con un cierto brillo en la mirada—. Estoy lista. El sábado asistirás a la gran representación. Anoté la dirección en este papel. ¡Espero que te diviertas!

Cuando se despidieron, él deseó buena suerte. Se sentía emocionado e impaciente a la vez.

El sábado compró flores. Estaba convencido de que la obra sería un éxito y al menos por un día ella aceptaría un café y quizás otra cosa. El espectáculo era en el sótano de una iglesia, en la avenida Tacuba. Él llegó mucho antes de la hora señalada. A las ocho abrieron las puertas y el lugar se fue llenando de gente que ocuparon las butacas y hasta el piso. Voces de Cantos gregorianos llenaban el espacio, mientras el público esperaba entre susurros.

Cuando ella salió a escena, algo dentro de él comenzó a vibrar. Estaba transformada, los ojos le brillaban de una forma extraña, y existía como un halo delineando su figura. Era perfecta. Desde su asiento, comenzó a sentir un extraño olor que fue llenando la sala, pero apenas lo notó al principio. Luego el olor proveniente del humo que invadía el lugar, se fue mezclando con las palabras del lado de allá del escenario. Perdió la noción del tiempo y la lógica de las recitaciones. Todo era ella, la gran actriz y el flujo de energías que experimentaba desde su butaca. Por eso cuando la vio desnudarse, el éxtasis provocó que sus ojos permanecieran abiertos. Absortos en esa admirable aprehensión de lo perfecto. Sintió un calor que lo recorría al improviso cubriéndole todo el cuerpo. Ella desnuda y él, refugiado en su inconsciencia, deseando tocarla. Quiso pensar que se trataba de ternura, pero un latido en el centro de sus piernas, lo hizo desistir. Era más fuerte que él. Quería poseerla, gozar del menudo cuerpo que se ofrecía a su visión. Hacerla carne dentro de su carne, lengua dentro de su lengua. Y por un momento pensó que el ardor de sus mejillas podría incendiar el resto de la sala. 

Podría delatarlo cómplice en esta jugarreta de la actriz. Pero los rostros cercanos se denunciaban partícipes de emociones similares. Miradas transformadas en lujuria y luego en una morbosidad que se confundía con la concupiscencia del espectador de al lado. Todo formando parte de sensaciones colectivas. Energías que entraban y salían y chocaban y pedían estallar. Por eso, cuando uno de los actores levantó el cuchillo que desgarró la piel de ella, él sintió que se ahogaba. Cuando la sangre empezó a brotar a él le brotaron lágrimas. Cuando los otros desde el escenario agarraron las manos de la actriz para sostenerla, él sostuvo las de sus vecinos apretándolas con fuerza. Cuando el telón comenzó a bajar, estalló en aplausos descomedidos y gritos de “bravo” y palmadas en las espaldas de los espectadores que se abrazaban llorando, emocionados, enternecidos, sobreexcitados.

Afuera la esperó muy ansioso. Los demás se iban marchando y él caminaba de un lado para otro. Miraba el reloj y se arreglaba el cuello de la camisa. Volvía al reloj y olía las flores. Por fin, cuando no quedaba nadie, divisó a uno de los actores saliendo por la puerta del costado. Se acercó despacio y decidió esperarla junto a un árbol, justo donde alcanzaba la franja de luz proveniente del farol. El actor volvió a entrar y salió con unos maletines, que colocó en el asiento trasero de un auto. Luego salieron otros dos, uno se sentó al volante y encendió el motor. El otro abrió la cajuela. Entonces el primer actor volvió a entrar y al momento apareció haciendo una señal desde la puerta. El que estaba afuera se acercó y juntos cargaron un enorme envoltorio aparentemente pesado. Lo colocaron en la cajuela y cerraron. El primer actor volvió adentro, el otro se metió en el carro. Cuando las luces de la iglesia se apagaron y el que estaba adentro salió cerrando la puerta, él sintió una cosa muy extraña. Dio unos pasos aferrando sus manos al ramo de flores. El otro caminó hacia el carro y levantó la vista recorriendo el lugar, entonces fue que lo vio. Se le acercó despacio, metió la mano en un bolsillo y extendió un papel. No dijo nada. Puso el papel en su mano, dio la vuelta y se unió a los otros. El auto se alejó veloz.

Él dio unos pasos hasta colocarse bajo el farol. Suspiró profundamente, abrió el papel y leyó:

“A veces la verdad está delante de nuestra narices, y nos negamos a creerla. ¡Bravo! Eres un magnífico espectador. Yo era actriz. Ahora soy mi sueño.”

El papel cayó de sus manos, junto con las flores. Él comenzó a andar despacio. Atrás quedaba un extraño perfume. Las flores olían a cosas vivas.

lunes

Pero se tiene que hacer!

Aprender a madurar cuesta mas de lo que ha veces me gustaría pagar....

jueves

Mapas

Nunca he visto una herida sangrar sin que alguien antes haya intentado abrirla ni he visto nunca a nadie pedir auxilio cuando realmente quiere escapar

Tengo en el corazón una brecha que divide lo que soy en un caos entre lo que tengo y siempre quise, y lo que temo perder por tenerlo aquí

Una mitad me repite que me sostenga, que me agarre fuerte. La otra, me explica el porqué;

No te sueltes –repite, el golpe va a ser fuerte

Volver al precipicio desde donde una vez salté no fue buena idea, pero venció la curiosidad de verme ahí tirado y ver cómo te alejabas fue el empujón perfecto. El vértigo sólo se cura una vez llegas al suelo y créeme, hecho añicos, poco importan ya las alturas que no lleven tu nombre

"Me lo he pasado genial esta noche, yo también hubiese muerto por ti"

No creo en las segundas oportunidades así como no creo en la vida después de la muerte, una vez hecho el corte, es imposible disimular la cicatriz. Lo escribe alguien que lleva ocultando la suya demasiado tiempo

El monstruo que vive debajo de mi pecho me está consumiendo, a falta de galletas se está comiendo el corazón

Sálvate tú, a mí ya no me queda tiempo y me faltan ganas.

Fue precioso morir
       morir por volverte a ver