Alas y
un sitio junto al mar, dice la canción. Y una corriente de aire para dejarme
llevar.
No estoy
acostumbrado a volar. No metafóricamente. Me siento en una tierra extraña, en
un lugar donde ni siquiera puedo aterrizar y todo son nubes.
Esa
sensación de estar saltando y quedarte sin aliento. La de sentirte inseguro y
todo el tiempo querer correr hacia el lado contrario.
Quiero.
Siento. Muero. Espero. Espero y quiero.
Aunque
no tenga mucho sentido.
Ritmo.
Paso. Ritmo. Paso. Vida.
Escribir
con el estómago. Contenerse entre los dedos. Borrarlo todo. Contar el tiempo,
juntar los montoncitos de cambio que sobraron de los otras relaciones, hacer
cuentas rápidas, creer por un momento que sí, que sí te alcanza para volverlo a
intentar. Detenerte de nuevo y pensar que sería mejor ahorrar para la soledad,
para lo que sea que venga aunque no venga nada.
Arrancar
la metáfora del cuaderno, arrugarla y aventarla al cesto de basura… al lado de
todo lo que ya no quieres pagar.
Advertir
el viento. Los nervios en la mandíbula. Vencerse. Cerrar ojos, miedos y poros.
Caer y prepararse para las consecuencias.
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